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prohibido bajo las penas más graves escupir o limpiarse la boca en presencia del príncipe. Otra costumbre que tampoco puedo aprobar es la de que cuando Su Majestad impone castigo de muerte a algún magnate o cortesano en circunstancias que no resulte deshonra, mnanda rociar el suelo con una especie de polvo moreno de veneno tan activo, y en lo que cabe tan suave, que a las veinticuatro horas indefectiblemente revienta el reo con una paz y silencio increíble. Y para no omitir nada de lo que justamente autoriza la benignidad de aquel príncipe y su celo por la conservación de sus vasallos, es preciso decir que, ejecutada la sentencia, no se olvida de expedir la correspondiente orden de que se limpie cuidadosamente el pavimento, so pena de incurrir en su desagrado si por cualquier casualidad no se obedece.

Fuí testigo de este caso en un pajecillo condenado a azotes por haberse descuidado maliciosamente en dar la orden, de que resultó la muerte de un joven cabaHlero de grandes esperanzas; y los hubiera sufrido a no haberle perdonado después Su Majestad en fuerza de la misma benignidad.

Volviendo a mi historia, luego que estuve a cuatro pasos del trono, me puse de rodillas, di siete cabezadas con la frente en el suelo y pronuncié mi arenga en las siguientes palabras, que la víspera me habían hecho aprender de memoria: cikpling Glofftrobb sgnutserumm blhiop mlashnalt zwin rnodbalkquffh sthophad gurdlubh asht. Esto es un formulario establecido allí por las leyes del reino para todos los que son admitidos a audiencia, el cual puede traducirse así logre Vuestra Celeste Majestad sobrevivir al sol.

A la respuesta del rey, que no entendí, contesté con otra expresión que también me habían enseñado, y fué ésta flust drin Valrick duuldom prastrod mirpush, que quiere decir: mi lengua está en la boca de mi amigo, para dar a entender que quería valerme