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= al fin en un navío que salió para Luggnagg. Los dos i compañeros, y otros amigos con ellos, usaron la galantería de proveerme de lo necesario para este viaje y me acompañaron hasta dejarme a bordo. Sobrevino una fuerte tempestad, que nos obligó a gobernar alNorte para aprovechar un cierto viento a propósito que sopla por aquel paraje en espacio de sesenta leguas. Elde abril deentramos en el río de Clumegnig, que es una ciudad puerto de mar al Sudeste de Luggnagg; echamos el áncora a una legua de la plaza, y haciendo señal de que acudiese un iloto, en menos de media hora llegaron dos a bordo, que nos guiaron por medio de unas rocas y escollos muy peligrosos que hay en aquella rada, y en el paso a una bahía donde se abrigan las embarcaciones, la cual dista de las murallas de la ciudad como el largo de un cable.

Algunos de nuestros marineros, ya por malicia o por imprudencia, dijeron a los pilotos que yo era extranjero, y un viajero famoso; éstos se lo advirtieron al vista de aduana, y empezando a examinarme en lengua balnibarbiense, que allí es bastante conocida, especialmente entre marineros y aduaneros a causa de su comercio, procuré contestarle sucintamente con la verosimilitud y consecuencia posible, respecto ser necesario ocultar mi patria y hacerme holandés, porque pensaba pasar al Japón, donde sabía muy bien que sólo los holandeses eran admitidos. Díjele que había naufragado en la costa de los balnibarbas y encallado en una roca que había estado en la isla volante de Laput, de la cual tenía ya bastantes noticias, y que ineditaba volver a mi país por el Japón.

El vista me respondió que no podía menos de dete nerme hasta recibir órdenes de la corte, a donde iba a despachar un pliego inmediatamente, cuya respuesta vendría dentro de quince días y entretanto me pusieron en un alojamiento decente con centinela a