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comunes, en que está bien observado que, hallándose el espíritu más recogido y sosegado, se piensa con más seriedad, juzgar por su análisis de las ideas y objetos que ocupan su mente, como el mismo autor lo había palpado algunas veces sólo por hacer experiencias, ya premeditando un asesinato, y ya intentando una sublevación para incendiar la capital, habiendo advertido en el primer caso un color sumamente amarillo y en el segundo muy negro.

Quise añadir alguna cosita al sistema de este político, e interrumpiendo su discurso le dije que convendría mantener continuamente una tropa de espías y delatores protegidos y premiados por las delaciones que hiciesen con una suma de dinero correspondiente a la importancia de ellas, fuesen o no fundadas, por cuyo medio se lograría el temor y respeto de los vasallos; y que estos delatores o acusadores deberían estar autorizados para dar el sentido que les pareciese a los papeles que cayesen en sus manos, es decir, que pudiesen interpretar sus términos al modo de los siguientes: Una criba.

Un perro cojo.

La peste.

Una ratonera...

Un abismo.

Un sombrero y un cinturón.

Un tonel vacio.

Una caña rota.

Una petimetra.

Un desembarco o una invasión.

Un ejército en marcha.

Un recaudador.

Un tesorero.

Una dueña.

Un general.

Un Tribunal de justicia.

Que también podrían observar el anagrama de todos los hombres citados en un escrito, bien que para esto se necesitasen hombres de la mayor penetración, y del genio más sublime, especialmente cuando se