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mente muy favorables al bien público las resultas de tales asambleas.

Vi a dos académicos disputar con ardor sobre el medio do levantar las contribuciones sin murmuración del pueblo. Uno defendía que se debían imponer sobre los vicios y locuras de los hombres, por el concepto y estimación que cada uno tuviese formado de su vecino. El otro académico, por el contrario, que se habian de cargar a las buenas cualidades de alma y cuerpo de que cada uno blasonase, más o menos según sus grados; de manera que todo contribuyente fuese juez de sí mismo dando su propia relación. Que la tasa más alta debería caer sobre los favoritos de Venus y agraciados del bello sexo, a proporción del favor que gozasen, arreglándose aun en este artículo a la declaración del interesado. Que también sería preciso apretar la mano fuertemente al valor y al talento por consiguiente; pero que el honor, la probidad, la sabiduría y la modestia serían virtudes exentas de toda contribución, mediante que siendo demasiado raras no rendirían casi nada, no habría quien quisiese confesar que se hallaba en otro, y apenas se encontraría alguno que tuviese el descaro de apropiárselas a sí.

También contribuirían las damas por su hermosura, gracia y atractivo, según el aprecio que hiciesen de estas cualidades; mas la fidelidad, sinceridad, sano juicio y buen natural nada pagarian, porque respecto a la poca estimación que les merecen, todo cuanto pudieran rendir no bastaría para los gastos de recaudación.

Otro académico me enseñó un tratado curioso que había escrito sobre el medio de descubrir las conjuraciones y cábalas por el examen de los alimentos en las personas sospechosas, la hora en que comen, del lado que se acuestan, la mano con que se limpian : y reconociendo sus producciones en aquellos casos