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enfermedades son: plenitud de humores en movimiento que les debilitan la cabeza y el corazón, causándoles a veces convulsiones y contracción de nervios, un hambre canina, indigestiones, vapores, delirios y otras especies de enfermedades. Para curarlas proponía nuestro gran médico que al tiempo de entrar en la asamblea se tomase a todos el pulso para conocer de qué naturaleza era el mal, y en seguida, pero antes de la primera sesión, teniendo prevenidos algunos boticarios con surtido de medicinas astringentes, paliativas, laxantes, cefalalógicas, histéricas, apopléticas, acósticas, etc., se socorriese a cada uno según su dolencia, y se repitiese la receta cada vez que fuese a tomar asiento.

- Esta práctica no podía ser muy costosa y a ni ver produciría grande utilidad en los países donde las Cámaras y Parlamentos se mezclan en los negocios de Estado; porque facilitaría la unanimidad, terminaría las disputas, abriría la boca a los mudos, la cerraría a los declamadores, aplacaría el ímpetu de los senadores jóvenes, inflamaría la frialdad de los ancianos, despertaría a los estúpidos y refrenaría a los traviesos.

Y por cuanto se quejan ordinariamente de flaqueza de memoria los que gozan favor, quería el mismo doctor que el que tuviese algún negocio con ellos, despues de haber hecho su relación en breves términos, pudiese usar la confianza de darles un papirote en las narices o un tirón de orejas, sin otra intención que la de que les acordase el asunto; y repetir la insinuación de cuando en cuando, hasta que la súplica fuese absolutamente concedida o denegada.

Y al fin pretendía también el mismo individuo que cada senador en la asamblea general de la nación, después de haber propuesto su opinión y haber dicho cuanto le ocurriese en su apoyo, fuese obligado a concluir al contrario, porque así serían infalible-