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G | bía sido escrita, y llevar a él la materia. Es verdad que el método no había producido todavía el efecto que se deseaba; pero era, según decían ellos, porque se habían equivocado un si es no es en la q. s., esto es, en la medida de la cosa, o porque los estudiantes malignos e indóciles hacían sólo el ademán de tragar la pildora, no observaban la dieta con rigurosidad, o no se abstenían de otras funciones opuestas enteramente a la retención de la tinta.

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VI

PROSIGUE LA DESCRIPCIÓN DE LA ACADEMIA La escuela de política que pasé a ver después, no me prendo demasiado sus doctores me parecieron poco juiciosos, y la vista de tales gentes es melancólica. Aquellos hombres extravagantes defendían que los potentados debían elegir sus privados entre los que mostrasen más ciencia, capacidad y virtud, teniendo presente el bien público la recompensa del mérito, el estudio, la habilidad y los servicios. Aun decían más, que los principes no debían prestar su confianza sino a los más instruídos y experimentados, con otras semejantes tonterías y quimeras do que pocos se habrán acordado hasta ahora, lo cual me confirmó aquel admirablo pensamiento de Cicerón: «No hay absurdo, por grande que sea, sobre el cual no haya adelantado algo algún filósofo.» Pero no eran así todos los individuos de la academia. Vi un médico de un talento superior que poseía a fondo la ciencia del gobierno, habiendo consagrado sus días a la indagación de los males de un Estado y a buscar remedios con que curar el mal tenperamento de los que administran los negocios públicos.

Todos convienen, decía, en que el cuerpo natural y ei político tienen una perfecta analogía; luego deben curarse con unos mismos remedios. Sus frecuentes