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versación con él y principió a quejárseme de la lastimosa ceguedad en que habíamos vivido en orden a los gusanos de la seda, teniendo a nuestra disposición tantos insectitos domésticos sin hacer el menor aprecio de ellos, cuando por lo menos eran preferibles a aquellos que no sabían más que hilar; pero que la araña hilaba y urdía a un mismo tiempo. Que el uso de las telas de éstas ahorraría también en adelante los gastos del tinte, como podría conocer fácilmente en viendo el acopio que había hecho de moscas de distintos y admirables colores con el fin de cebar a sus arañas, siendo infalible que las telas tomarían sus respectivos colores; y como había moscas de cuantos se podían imaginar, confiaba poder satisfacer en breve los diferentes caprichos de los hombres, siempre que encontrase para ellas otro alimento bastante glutinoso que prestase al hilado más solidez y fuerza.

En seguida entré a visitar a un célebre astrónomo que tenía el proyecto de colocar un cuadrante en la torre principal de las casas de ayuntamiento, ajustando de tal manera las alteraciones diurnas y anuales del sol con el viento, que se conformasen en el giro de la veleta.

Algunos minutos después. sintiéndome desazonado de un leve dolor cólico, me hizo entrar mi conductor en el cuarto de un gran médico que había adquirido mucha fama por el secreto de curar esta enfermedad de un modo ciertamente particularísimo.

Había construído un disforme fuelle con el cañón de marfil, que haciendo veces de jeringa de viento, debia atraer todo el aire interior para purgar las entrañas que se hallaban atacadas del dolor, pero por desgracia se puso a hacer la operación en un perro y reventó al instante; esta casualidad desconcertó del todo a nuestro doctor y a mí no me dejó muy inclinado a la experiencia.