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ceptuado en la corte por no haber entrado hasta entonces en ninguno de los nuevos sistemas; pero que, después de dos años de trabajo, la obra no surtió el efecto prometido, y los proyectistas desaparecieron.

Pasados algunos días y deseando ya ver la academia, Su Excelencia que, sin duda, me tuvo por un furioso admirador de novedades, de un espíritu curioso y crédulo, se ofreció gustoso a diputar una persona que me acompañase. No puedo negar que en mi juventud tuve algo de esto, y aun hoy en día me agrada extremadamente todo lo que es nuevo y audaz.

V

EL AUTOR PASA A VER LA ACADEMIA Y HACE SU DESCRIPCIÓN El edificio de esta academia no es un solo y simple cuerpo de arquitectura, sino dos órdenes de edificios sobre los costados de un gran patio.

El conserje nos recibió con mucha urbanidad, advirtiéndonos desde luego que en aquellos edificios cada aposento encerraba un ingeniero, y tal vez varios juntos; que había cerca de quinientos en la academia y que podíamos subir y recorrer todas las piezas con libertad.

El primer académico que vi fué un hombre sumamente flaco tenía su cara y manos cubiertas de mugre, la barba larga, el cabello tendido, una camisa del mismo color que su cutis, y un vestido todo desgarrado. Había gastado ocho años en un proyecto muy curioso, que era, según nos dijo, recoger los rayos del sol para guardarlos en botellas tapadas herméticamente, a fin de poder calentar el aire cuando los veranos fuesen poco activos; y añadió que en otros ocho años podría proveer los jardines de los poderosos de rayos del sol a un precio razonable. Pero