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cualquier estación, y de mejor calidad que antes, con una infinidad de otros proyectos admirables. La lástima es-repuso Su Excelencia que ninguno de ellos ha sido perfeccionado hasta ahora los campos se han perdido miserablemente en un instante casi todas las casas se han arruinado, y el pueblo, enteramente desnudo, perece de frío, de sed y de hambre. Mas, con todo eso, lejos de desmayar, se han animado en extremo a la prosecución de sus sistemas, estimulados ya por la esperanza, ya por la desesperación; y añadió que por lo tocante a sí, no siendo de un espíritu intrépido, se había contentado con el antiguo método de vivir en las casas edificadas por sus antepasados y hacer lo que ellos hacían sin innovar cosa alguna, pero que un corto número de personas de calidad que habían seguido su ejemplo, eran miradas como gentes de mala intención, enemigas de las artes, ignorantes y malos republicanos, que preferían su comodidad y desidia al bien general del país.

Por último, me insinuó Su Excelencia que no quería hacerme una descripción minuciosa de la academia, por no desgraciar el gusto que ella misma de bía darme cuando pasase a verla; y entretanto sólo me suplicaba que me fijase en un edificio arruinado que se descubría al lado de la montaña como a media legua de su casa, el cual había sido un molino que la corriente de un caudaloso río hacía andar y abastecía su casa y a una infinidad de vasallos suyos, hasta que habiendo venido siete años antes una cuadrilla de ingenieros a proponerle que lo demoliese para construir otro al pie de la montaña, en cuya cumbre, recogida el agua en una alberca (pues era facilisimo conducirla por medio de muchas bombas), el viento y la atmósfera le darían tal fluidez que, precipitándose con mayor fuerza, haría andar el molino con la mitad del caudal del río, había admitido el proyecto instado por sus amigos, y en atención a estar mal con-