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Ultimamente llegamos a la casa, que era de muy exquisita estructura, no menos que sus fuentes, jardines, paseos, avenidas y bosques, dispuestos con tanta discreción y gusto que yo no me cansaba de ponderar cada cosa en particular, de lo cual Su Excelencia no se dió por entendido hasta después de cenar. Entonces, quedándonos solos, me dijo en un tono bastante triste que aun no sabía si tendría que demoler muy en breve todas sus casas dentro y fuera de la ciudad para levantarlas conforme a la moda, sin excepción de su palacio, que principalmente debía ser do gusto moderno, no obstante que temía incurrir en la nota de avariento, singular, ignorante y caprichoso, y aun acaso malquistarse con las gentes de juicio que mi admiración cesaría cuando me contase algunas particularidades que ignoraba.

-Unos cuatro años antes-prosiguió diciéndome --ciertas personas habían ido a Laput por gusto, o a negocios propios, y habiendo vuelto cinco meses después con una muy ligera tintura de las matemáticas, poro repletos de espíritus volátiles recogidos en aqueIla región aérea, habían principiado a desaprobar cuanto pasaba en el país bajo, y habían formado el proyecto de poner las artes y ciencias sobre un nuevo pie; que a este fin habían obtenido real decreto para la fundación de una Academia de Ingenieros, es decir, de inventores de sistemas; que el pueblo era tan fantástico, que tenía ya en cada ciudad de las principales un establecimiento de éstos; que en estas academias o colegios, los profesores habían encontrado nuevos métodos para la agricultura y la arquitectura, y nuevos instrumentos y herramientas para todos los oficios y manufacturas, por cuyo medio un solo hombre podría trabajar por diez, y un palacio entero sería construído en una semana, pero de materias tan sólidas que duraría eternamente sin necesidad de repararlo. Todos los frutos de la tierra se darían en