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sujeto de rectas intenciones, bien que sin espíritu cortesano.

Habiéndome oído criticar libremente al país y a sus habitantes, no me respondió otra cosa sino que necesitaba estar más tiempo entre ellos para poder formar juicio cierto, que el mundo se componía de pueblos diferentes y que en cada uno había también sus diferentes usos, alegando otras muchas razones semejantes. Pero cuando volvimos a casa me preguntó qué me parecía su palacio, qué notaba en él que me desagradase y qué hallaba reprensible en el traje y modales de su familia. Bien podía preguntarlo sin recelo, pues en su casa todo era decente, regular y magnifico. Respondíle que su grandeza, su prudencia y sus riquezas le habían exentado de todos los defectos que habían reducido a los demás a un estado de locura y mendiguez. Finalmente me dijo que si quería acompañarle a su casa de campo, que distaba veinte millas, tendría allí más tiempo para instruirme de sus cosas: y habiendo insinuado á Su Excelencia que estaba pronto a complacerle en cuanto me mandase, partimos a la mañana siguiente.

Durante nuestra marcha se dedicó a hacerme observar los distintos métodos de los labradores en sembrar sus tierras; mas, con todo, excepto en uno u otro paraje, no presentaba el país la menor esperanza de cosecha, ni aun siquiera indicios de labranza, hasta que, habiendo caminado tres horas más, la escena mudó enteramente. Entramos en una hermosísima campiña cercada, que comprendía viñedo, mieses y prados, con sus casas para los gañanes muy bien hechas y algo distantes: en fin, todo bueno y agradable. El caballero, advirtiendo mi suspensión, lanzó un hondo suspiro, y me dijo que allí principiaban sus haciendas que, a pesar de todo, sus paisanos se mofaban de él y le menospreciaban por descuidado en sus negocios.