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la misma facilidad que me habían subido, me volvieron a poner abajo desde la galería señalada.

El continente que reconoce por señor al rey de la isla volante lleva el nombre de los Balnibarbas, cuya capital, como queda dicho, se llama Lagado.

Mi gozo fué indecible cuando me vi libre de la región aérea y en tierra firme. Estaba vestido al uso del país, sabía lo bastante de su idioma para hacerme comprender, y así, contento con mi suerte, eché a andar con el mayor desembarazo hacia la ciudad.

No tardé en encontrar la casa del caballero a quien iba recomendado, le presenté mi carta, me recibió muy bien, mandando que me preparasen cómodo alojamiento al instante, y me trataron perfectamente todo el tiempo que me detuve en aquel país.

A la mañana siguiente el señor Munodi (éste era el nombre del caballero balnibarba) me sacó en su coche á ver la ciudad, que será como la mitad de Londres, pero de fábrica muy extraña, y tan poco consistente que la mayor parte se iba arruinando. Sus habitantes, cubiertos de calandrajos, tenían un aspecto tan relancólico como feroz. Salimos por una puerta al campo, y alejándonos cerca de tres millas vi una infinidad de gentes que denotaban ser labradores por los instrumentos de distintos géneros que tenían sus manos; pero no se descubría por lado ninguno la menor apariencia de plantío ni sementera, reflexión que me obligó a suplicar a mi protector me explicase lo que hacían tantos hombres ocupados dentro y fuera de la ciudad sin efecto visible, pues, a la verdad, no había encontrado jaunás tierra peor cultivada, casas más incómodas y destrozadas ni pueblo más pobre y miserable.

- El señor Munodi había sido muchos años gobernador de Lagado, y por una cábala de los ministros le habían depuesto con general sentimiento de todo el pueblo, no obstante que el rey le estimaba como