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rado el tiempo de su revolución con su distancia dei centro del planeta, se manifiesta evidentemente que estos satélites siguen la misma ley de gravitación que los demuas cuerpos celestes. Y, en fin, ellos han observado además noventa y tres cometas diferentes, calculando su carrera con una exactitud envidiable.

¡Oh! cuánto debieramos desear que nos diesen parte de sus admirables observaciones. Qué ventajas no sacaría la Europa! ¡Qué progresos no haríamos en el importante estudio de los cometas, siendo así que estamos tan atrasados en una materia de tanto interés !

El rey sería el príncipe más absoluto del Universo si pudiese empeñar a sus ministros en una ciega condescendencia; pero, teniendo éstos sus haciendas abajo en el continente y considerando que el manejo de los negocios es pasajero, se guardan bien de perjudicarse a si mismos olvidando la comodidad de sus compatriotas.

Si alguna ciudad se subleva, o se resiste al pago de los tributos, tiene el rey dos medios de sujetarla.

El primero y más moderado, es parar su isla encima de los rebeldes y sus tierras vecinas para privarios del sol y del rocío, cuya falta les ocasiona enfermedades y una gran mortandad; pero, cuando el delito lo nierece, los hunde a pedradas, y no muy llojas, desde lo alto de la isla, sin dejarles otro refugio que el de encerrarse en sus cuevas o bodegones, donde pasan el tiempo en beber fresco mientras los techos de sus casas se van cayendo a polazos. Si temerariamente prosiguen en su obstinación y levantamiento, entonces recurre el rey al último remedio, que es dejar caer su isla a plomo sobre ellos, y acaba de un golpe con casas y moradores. Sin embargo, rara vez procede a tan terrible extremo, que los ministros tampoco se atreven a aconsejarle, porque un proceder semejante los haría odiosos al pueblo y además les tocaría su parte, teniendo, como se ha dicho, sus ha-