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tos pasos de distancia del centro de ella; y como esta agua es atraída continuamente por el sol durante el día, nunca se experimentan inundaciones: a más de que estando en la mano de aquel monarca el levantar su isla sobre la región de las nubes y vapores terrestres, puede evitar que caigan en ella la lluvia y el rocío cuando quiere. Esto es lo que no puede hacer ningún potentado de Europa, que sin depender de nadie depende siempre de la lluvia y del buen tiempo.

En el centro de la isla hay un agujero como de veinticinco toesas de diámetro, por el cual bajan los astrónomos a una espaciosa bóveda que por esta razón es llamada Flandona Gagnolé o Cueva de los Astrónomos, situada a la profundidad de cincuenta toesas por bajo de la superficie superior del diamante.

Están luciendo incesantemento en esta cueva veinte lámparas, que por la reverberación del diamante esparcen una gran luz a todos lados, y todo su adorno consiste en sextantes, cuadrantes, telescopios, astrolabios, y otros instrumentos astronómicos; pero la mayor curiosidad, y de donde depende la suerte de la isla, es una piedra imán de prodigiosa magnitud, labrada en figura de lanzadera: tiene tres toesas de largo y en su mayor grosura no baja de toesa y media.

Este imán está suspendido de un grueso eje de diamante que pasa por el medio de la piedra, sobre la cual juega tan ajustadamente que la mano más delicada puede hacerle dar vueltas. Le rodea un círculo de diamante también redondo y cóncavo, al modo de un cilindro hueco, el cual tiene cuatro pies de profundidad, mucho más de grueso, y seis toesas de diámetro, y está colocado horizontalmente y sostenido por ocho pedestales todos de diamante de tres toesas de altura cada uno. Del lado cóncavo del círculo hay una mortaja de doce pulgadas de profundidad, y en