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acuerdan de componer alguna, parecen teoremas de Euclides.

- Muchos de ellos, especialmente los que se aplican a la astronomía, dan en la astrología judiciaria, aunque no se atrevan a confesarlo en público; pero lo que más me admiró fué su inclinación a la política y amor a las novedades, carácter que los liga a estar hablando siempre de los negocios de Estado y los induce francamente a dar su voto sobre cuanto pasa en los gabinetes de los príncipes. No he dejado de notar frecuentemente lo mismo en nuestros matemáticos de Europa, sin haber podido llegar a apurar todavía la menor analogia entre las matemáticas y la política, a menos que supongan que así como el círculo más pequeño consta del mismo número de grados que el más grande, así también el que sabe discurrir sobre un círculo trazado en un papel puede hacerlo igualmente sobre la esfera del mundo. ¿Pero no será más bien este defecto natural de todos los hombres, que ordinariamente se complacen en hablar y discurrir sobre todo aquello que menos entienden?

Otra rareza de aquel pueblo es el sobresalto en que continuamente viven, aprehendiendo en su imaginación la alteración de los cuerpos celestes; aprehensión que jamás turbó el sosiego de todo el resto de los mortales. Por ejemplo, temen que la tierra, no pudiendo sufrir las continuas aproximaciones del sol, sea algún día devorada por las llamas de este astro terrible que esta antorcha de la Naturaleza se vaya amortiguando poco a poco y deje de alumbrar del todo a los hombres que el esperado cometa que, scgún su cálculo, debía aparecer dentro de treinta y un años, sacudiendo su cola sobre la tierra, la confunda a rayos hasta reducirla a cenizas. Y recelan también que el sol, a fuerza de repartir sus rayos a todas partes, se consuma al fin y pierda toda su substancia.

He aquí los ordinarios temores e inquietudes que les