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unas flautas y oboes, y un hígado de ternera en forma de arpa. Los pancs imitaban un cono, un cilindro o un paralelogramo.

De sobremesa entró otro que iba de orden del rey a instruirme en la lengua del país; sacó recado de escribir, y en cuatro horas que estuvimos juntos me hizo anotar en dos columnas una gran porción de términos con la traducción enfrente, y me enseñó algunas frases cortitas explicándome su sentido con demostraciones. Después me puso delante un libro en que estaba pintado el sol, la luna, las estrellas, el zodíaco, los trópicos y círculos polares, y toda suerte de instrumentos de música, expresándome el nombre de cada cosa y los términos propios de este arte; de modo que, concluída la lección, pude componer por mí solo un diccionario muy curioso; y como tenía feliz memoria, en pocos días me hallé medianamente impuesto en la lengua laputiense.

La mañana siguiente fué un sastre a tomarme medida de vestido; mas no puede negarse que en aquel país ejercen este arte de distinta manera que en Europa. Tomó desde luego la altura de mi cuerpo con un cuarto de círculo, y con la regla y el compás, habiendo medido mi grosor y todas las proporciones de mis miembros, formó su cálculo sobre un papel, y al cabo de seis días me llevó un vestido muy mal hecho; es verdad que se disculpó diciéndome que había tenido la desgracia de equivocarse en las suputaciones.

Aquel mismo día mandó Su Majestad arrimar su isla al Lagado, que es la capital de su reino de tierra firme, y después a otras varias ciudades y aldeas, con el fin de oir las súplicas de sus vasallos. Esta cere monia me proporcionó un rato divertido, pues acudiendo todos a atar sus memoriales a unas cuerdas que habían descolgado expresamente de la isla con un pequeño plomo a su extremo, tiraron de ellas a