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rato. Ya se acercó algo más, y pude distinguir muchos órdenes de galerías con sus correspondientes escaleras de trecho en trecho para comunicarse de unas a otras. Sobre la primera o más baja, vi una porción de hombres pescando pájaros con caña, y otros asomados, cuya ocasión me pareció a propósito para llamar su atención, haciéndoles señas con mi sombrero y pañuelo hasta que estuve más cerca y pude gritar esperanzado en que me oirían. En efecto, adverti que me habían visto por la multitud de pueblo que acudía hacia la parte donde yo estaba, bien que sin hablarme una palabra, y entretanto subieron cinco o seis de ellos apresuradamente a la cumbre de la isla, de lo que inferí irían enviados a alguna persona de autoridad a tomar órdenes de lo que debían hacer.

El concurso de los isleños se aumentó, y en menos de media hora la isla se aproximó tanto que apenas distaría unos cien pasos de la tierra: mas sin embargo de haber esforzado mis súplicas variando de posturas todas humildes y compasivas, tampoco recibi respuesta; sólo noté que habían acudido algunos personajes muy elevados, a juzgar por la riqueza de sus vestidos y el sitio preferente que ocupaban.

Al fin, uno de ellos me habló en un lenguaje claro, cortés y muy dulce, cuyo sonido imitaba al italiano, y esto me determinó a contestar en este idioma, pareciéndome que su acento suave se acomodaría mejor al oído de ellos que ninguna otra lengua ; y, en efecto, comprendiendo mis intenciones, me hicieron señal de que bajase de la roca. No me lo hice repetir. Descendió la isla a una distancia proporcionada, y descolgando una sillita pendiente de una cadena desde la galería más inmediata, con el auxilio de una garrucha, me transportaron arriba en un momento.