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considerando como imposible el subsistir en un lugar tan miserable donde a cada instante se me representaba mi desdichado fin. Estas reflexiones me tenían tan abatido que aun para levantarme me faltaba el valor, de suerte que el sol iba ya muy adelantado y yo no había salido de mi cueva, donde por lo fuerte de la estación y serenidad del tiempo, me abrasaba tanto que me obligaba a volver la cara.

En esta postura estaba, cuando advertí que se había obscurecido de repente aunque no del mismo modo que al paso de una nube, y volviendo a mirarle hallé interpuesto un cuerpo movible y opaco, muy grande, que parecia fluctuar en el aire. Este cuerpo, suspendido, según mi cálculo, a dos millas de altura, me ocultó el sol por espacio de seis o siete minutos, y a causa de la obscuridad no pude observarle bien : pero luego que se acercó algo más, me pareció de una substancia sólida, cuya base era plana, compacta y resplandeciente por la reverberación del mar. Dejé al instante mi cueva, y poniéndome sobre una altura que estaba como a doscientos pasos de la ribera, vi descender aquella gran mole y acercarse tanto a ní que apenas habría una milla de por medio: entonces pude descubrir con mi telescopio un gran número de personas en movimiento que gobernaban esta isla volante a la altura que querían, aunque siempre oblicuamente.

El natural amor a la vida me inspiró cierta alegría con la esperanza de que esta aventura pudiese sacarme del triste estado en que me hallaba, al mismo tiempo que crecía mi aturdimiento al ver una especie de isla aérea habitada por hombres con talento y poder para subirla, bajarla y dirigirla a su voluntad.

Imagíneselo el lector, pues por mi confieso que no estaba de humor de filosofar sobre tan extraño fenómeno, y así me contenté con observar a qué lado se inclinaba, pareciéndome que se había parado un corto