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mos a cuarenta y seis grados de latitud meridional y ciento ochenta y tres de longitud, a poco tiempo de habernos separado descubrí con un anteojo diferentes islas al Sudeste, y gustándome el viento hice velas con la idea de abordar a la más próxima de ellas, que no me costó poco trabajo al cabo de tres horas, cuando me hallé en una roca donde sólo encontré muchos huevos de pájaro. Encendí fuego, y arrimando algunas matas y juncos marinos pude cocerlos, que fué toda mi comida aquella tarde, por reservar mis provisiones todo lo posible, y haciendo la cama también con matas pasé toda la noche sobre aquella roca, y no dormi muy mal.

El día siguiente hice velas hacia la isla inmediata, y desde ella a otra hasta tocar en la cuarta, sirviéndome alguna vez de los remos; mas, para no cansar al lector, diré, por último, que al cabo de cinco días toqué en la última de aquellas islas que había descubierto, la cual estaba al Sudeste de la primera.

Su distancia me había engañado, pues tardé hasta cinco horas en llegar a ella. Le di una vuelta casi entera antes de encontrar paraje donde poder abordar, y habiendo tomado tierra en una pequeña bahía que sería de ancha como tres veces uni canoa, me vi en otra roca como la primera, a excepción de algún tal cual sitio reducido donde crecían céspedes y otras hierbas muy olorosas. Eché mano a mi provisión, y después de haberme reparado en parte, guardé lo restante en una de las muchas cuevas que había en la isla, dedicándome en seguida a recoger huevos sobre la roca y arrancar juncos y hierba seca para cocerlos el día siguiente, pues siempre llevaba conmigo eslabón, yesca y un espejo ustorio: y sirviéndome entretanto de cana estos mismos combustibles, pasé la noche en la misma cueva que había destinado para despensa. Pero mi inquietud, que era mayor que el cansancio, me ahuyentaba el sueño, -