Página:Viajes de Gulliver (1914).pdf/128

Esta página no ha sido corregida
— 127 —

con mis pies a los viajeros que encontraba, solía darles voces para que se apartasen del camino, de suerte que en ocasiones corri el riesgo de que me moliesen a palos, cansados ya de mi impertinencia.

Llegué a ini casa, y no me costó poco trabajo encontrarla. Salió un criado a abrir la puerta, y pareciéndome un postiguillo, tuve buen cuidado de bajar la cabeza al entrar, por no rompérmela. Viendo a mi mujer que acudía a abrazarme, doblé el cuerpo hasta tocar el volante de su vestido, creyendo que no podría llegar de otro modo a mi boca. Mi hija se puso de rodillas esperando mi bendición, pero no pude verla hasta que se levantó; tal era mi costumbre de estar siempre en pie mirando hacia arriba. Mis criados y dos o tres amigos que se hallaron presentes se me figuraban pigmeos, y yo me creía un gigante. Reconvine a mi mujer porque habian vivido con tan extremada frugalidad, pues los veía a todos pequeñísimos. En una palabra, eran tan extraños todos mis procedimientos, que no hubo persona que no fuesc del mismo parecer del capitán cuando me vió en su navio, contestando unánimemento en que había perdido el juicio. Refiero todas estas menudencias para hacer ver el poder del hábito y de la preocupación.

En breve tiempo me acostumbré a mi mujer, familia y amigos. Mi esposo protestaba que no volvería jamás a embarcarme, pero mi mal destino lo dispuso de otra suerte, como podrá ver el lector en la continuación. Entretanto pongo aqui fin a la segunda parte de mis desgraciados viajes.