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L Respondióme la misma voz: Animo! no tenéis que temer, vuestro cajón ; está amarrado al navío, y va a pasar el carpintero para hacer un agujero en el techo y sacaros de ahí.

-No es necesario-respondi yo:-esa operación exigiría mucho tiempo; basta que cualquier marinero meta un dedo por el cordón y sacando el cajón del mar al navío, lo lleve luego al cuarto del capitán.

Algunos de ellos que me oyeron hablar así, me tuvieron por un pobre insensato y no pudieron contener la risa. Yo no pensaba, ni remotamente, que estaba entre hombres de mi talla y de mi constitución. El carpintero pasó, y en pocos minutos hizo nna abertura a la cual me presentó un pequeña escalera, y subiendo por ella entré en el navío medio desfallecido.

Los marineros quedaron absortos al verme, y habiéndome hecho varias preguntas, no tuve valor para contestar a ninguna. Todos me parecían pigmeos, porque la vista estaba ya acostumbrada a aquellos objetos monstruosos que acababa de dejar. Pero su capitán, el señor Tomás Wilestcks, hombre de probidad y mérito, originario de la provincia de Salop, advirtiendo que mi debilidad era extremada, me hizo entrar en su cuarto me dió un cordial para reponer mc, mandándome acostar en su cama, y me aconsejó que me recogiese un rato, pues tenía necesidad de sosiego. Antes de dormirme, quise darle cuenta de que tenía cosas nuy curiosas en mi cajón, una cama de campaña, dos sillas, una mesa y un estante; que mi cuarto estaba entapizado, o por mejor decir, acolchado de tela de seda y algodón que si gustaba dar orden a alguno de la tripulación que llevase mi babitación a su cuarto, yo la abriría en su presencia y lo mostraría mis muebles. El capitán, que me oyó hablar tales absurdos, me tuvo por loco; sin embargo, para contentarme, me ofreció hacerlo así, y su-