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En tan deplorable estado oi, o el deseo me lo fingió, algún ruido hacia un lado del cajón, y a corto rato advertí que tiraban de él y en cierto modo le remolcaban, pues de tiempo en tiempo, sentía algún esfuerzo que hacía subir las olas hasta la altura de la ventana, dejándome en una casi total obscuridad. Ya principié a concebir algunas esperanzas de socorro, aunque débiles, porque no podía imaginarme de dónde pudiese venirme. Subí sobre una silla, y acercando la cabeza a una pequeña abertura que había en el techo, prorrumpi en espantosas voces pidiendo auxilio en cuantas lenguas sabia. Até mi pañuelo a un bastón, y sacándole afuera, le movía hacia todas parles para que si acaso estaba inmediato algún barco o navio, pudiesen inferir los marineros que había un desdichado mortal encerrado en aquella caja. Yo no advertía que todo esto produjese el menor efecto; pero sí celé de ver que mi cajón era tirado hacia delante. Al cabo de una hora, sentí que tocaba en una cosa muy dura, y temiendo desde luego que fuese alguna roca, me alarmé todo. Oí un golpe en el techo como si fuera de un cable, y notando que había subido muy lentamente lo menos tres pies más de la situación en que había estado, volví a sacar mi bandera implorando socorro con tanto esfuerzo que me puse ronco. En respuesta escuché grandes aclamaciones, repetidas hasta tres veces, las cuales me infundieron tanta alegría que sólo el que la siente puede imaginarla. Al mismo tiempo sonaron pasos encima, y arrimándose uno hacia la abertura, gritó en inglés: Hay aquí alguno?

Ojalá no le hubiera-respondí prontamente.

-Yo soy un pobre inglés reducido por la suerte a la calamidad mayor en que jamás se ha visto criatura humana por amor de Dios libradme de este calabozo.