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Idescargaban sobre el águila, y en seguida me sentí caer de pronto y perpendicularmente por espacio de un buen minuto, pero con una rapidez increíble. Mi caída terminó con un estruendo tan grande que me pareció tener junto a mis oídos nuestra catarata de Niagara quedé en tinieblas por espacio de otro minuto, y después principió a subir el cajón, de manera que pude ver la luz por la parte superior de su ventana.

Entonces conocí que había caído en el mar y que mi gabinete iba a discreción de las olas. Yo conceptué, y lo creo así, que el águila que me llevaba, perseguida de otras dos o tres, se vió obligada a soltarme para defenderse de sus enemigas que le disputaban la presa. Afortunadamente para mí, las planchas de hierro que sujetaban el cajón por abajo, conservaron el equilibrio y evitaron su destrucción en la caída.

¡Cómo clamaba yo en aquel lance a mi amada Ghimdalclitch, do quien me había alejado tanto este impensado accidente! Puedo asegurar con verdad que en medio de mis desdichas ocupaban el primer lugar las de aquella inocente que se me representaba en el mayor conflicto por mi pérdida, y en desgracia de la reina. ¡Qué viajero ha podido verse jamás en tan terrible situación! Sólo esperaba el instante eu que, destrozado mi cajón o cuando menos volcado a inpulso del viento, ne sepultara entre las olas. No daba por mi vida un penique. Toda la defensa de la ventana consistía cu unos alambres de hierro muy gruesos que la sujetaban por afuera para precaver en algún modo las ordinarias incomodidades de una marcha. Veía entrar el agua por las aberturas, traté de taparlas; pero i qué adelantaba, si nis fuerzas no alcanzaban a levantar el techo del edificio para conservarme encima y no perecer en aquella especie de bodega sin respiración !