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al alma y no al cuerpo. Pero si esto es así, ¿por qué no deberían tomar unos títulos más propios y determinados a un sentido espiritual? ¿Por qué no se han de llamar vuestra sabiduria, vuestra penetración, vuestra previsión, vuestra liberalidad, vuestra bondad, vuestro juicio, vuestra generosidad? Es preciso confesar que siendo estos títulos tan brillantes y honoríficos, hubieran sembrado demasiada amenidad en los cumplimientos de los inferiores, y no hay cosa tan divertida como un discurso lleno de ironías.

La Medicina, la Cirugía y Farmacia son bien cultivadas en aquel país. Entré cierto día en un vasto edificio, que tuve por un arsenal bien provisto de balas y cañones, y era la tienda de un boticario que tenía un buen surtido de píldoras y jeringas en cuya comparación nuestros cañones de mayor calibre son unus culebrinas.

Tocante a su milicia, me informaron que el ejército real constaba de ciento setenta y seis mil infantes, y treinta y dos mil caballos. Si puede darse este nombre a un cuerpo compuesto solamente de comerciantes y labradores, cuyos comandantes son sus pares, y la nobleza sin la menor paga ni recompensa, confieso que están demasiado diestros en sus ejercicios, y que tienen una disciplina muy buena. Esto parecerá dificultoso al que no sepa que cada labrador es mandado por su propio señor y cada ciudadano por los principales de su mismo pueblo elegidos a estilo de Venecia.

Movióme la curiosidad de saber por qué un príncipe cuyos Estados son inaccesibles, cuidaba de instruir a sus vasallos en la práctica de la disciplina militar; pero muy presto e informé por las conversaciones que sobre este objeto tuve con ellos y por la lectura de sus historias. Aquellos pueblos se han visto afligidos en estos últimos siglos de la enfermedada que están sujetos tantos y tan distintos go-