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za, por la precaución, o ya por la industria, demostrando que la Naturaleza había degenerado en estos últimos siglos, y que estaba ya en su declinación.

Enseñaba que hasta las mismas leyes de la Naturaleza exigían rigurosamente que hubiésemos sido en el principio de una constitución mucho más fuerte para no estar sujetos a una repentina destrucción por la casualidad de una teja que cae de un techo, una piedra que despide un muchacho, o un arroyo que nos intercepta el paso. De estos razonamientos sacaba el autor muchas aplicaciones útiles a la conducta de la vida. Por mí, confieso que no pude menos de hacer varias reflexiones inorales sobre esta moral misma, y sobre la propensión universal de todos los hombres a quejarse de la Naturaleza y exagerar sus defectos. Aquellos gigantes se creían aún pequeños y débiles. Pues, ¿qué queda para nosotros los europeos? Añadía el mismo autor que el hombre no es más que un vaso de barro, un átomo, y que su pequeñez debía humillarle continuamente. ¡Ay! ¿Pue> qué seré yo, decía para mí, yo que no soy nada en comparación de estos hombres que se tienen por tan pequeños y flacos?

- Tablaba también el mismo libro de los tratamientos, haciendo ver la vanidad de estos títulos de grandeza, con todo lo ridiculo de un hombre que teniendo, cuando más, cincuenta pies de alto, se atreviese a titularse grande. ¿Cómo pensarían los grandes y señorones de Europa, decía yo entonces, si leveran este libro; ellos, que apenas levantan cinco pies y algunas pulgadas, y pretenden, sin melindre, que les den grandeza? Mas por qué no habrán exigido iguaimente los títulos de latitud, diámetro y densidad? o por lo menos pudieran haber inventado un término general que abrazase todas estas dimensiones, haciéndose llamar, por ejemplo, vuestra extensión. Acaso me responderán que esta voz grandeza se refiere ¿