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que este defecto no procede sino de la ignorancia, porque aquellos pueblos no han llegado todavía a reducir la politica en arte, como nuestros sublimes ingenios de Europa.

Pues justamente me acuerdo que en una de las audiencias que tuve con el rey, habiendo dicho por casualidad que había entre nosotros un gran número de volúnenés escritos sobre el arte del gobierno, concibió Su Majestad una idea muuy baja de nuestro talento, y añadió que despreciaba y detestaba todo misterio, todo refinamiento y toda intriga en los procedimientos de un príncipe o de un ministro de Estado.

No podia comprender qué quería yo explicar por secretos del gabinete. En su concepto, toda la ciencia del gobierno estaba reducida a un corto número de principios triviales que en el sentido común son la razón, la justicia, la dulzura, la pronta decisión de los negocios civiles y criminales, y otras semejantes prácticas proporcionadas al juicio de cualquiera y que no merecen se haga mención de ellas. Finalmente me propuso esta extraña paradoja, esto es, que si alguno pudiese conseguir la producción de dos espigas de trigo o dos tallos de hierba en el mismo recinto de tierra donde antes se hubiese criado una sola, merecería más bien la estimación del género humano y haría un servicio más esencial a su país que no toda la casta de nuestros sublimes políticos.

La literatura de aquel pueblo es muy poca cosa y no consiste más que en el conocimiento de la Moral, de la Historia, de la Poesía y de las Matemáticas; pero es preciso confesar que nos aventajan en estas cuatro especies.

La última de estas ciencias no la ejercitan sino en lo útil de suerte que la mejor parte de nuestras matemáticas sería entre ellos muy poco apreciable.

Con respecto a las entidades metafísicas, abstracciones y categorías nada pude hacerle entender.