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honor a mi país, concluyendo con una breve relación histórica de las últimas revoluciones de Inglaterra de cerca de un siglo a esta parte.

Cinco audiencias seguidas, y cada una de muchas horas, duró mi descripción, y el rey, atento a todo, con grande aplicación iba extractando en escrito la mayor parte, poniendo una señal a aquellas cuestiones que intentaba proponerme después.

Cuando hube acabado mi relación, examinando Su Majestad en una sexta audiencia sus extractos, me propuso muchas dudas y fuertes objeciones sobre cada artículo. Lo primero que me preguntó fué cuáles eran los medios ordinarios de cultivar el espíritu de nuestra noble juventud; qué medidas se tomaban cuando una casa ilustre llegaba a extinguirse, cosa que debía suceder de tiempo en tiempo; qué cualidades necesitaban los que habían de ser creados Duevos pares: si el capricho del príncipe, una suma de dinero presentada ex profeso a una dama de la corte o a un favorito, o el designio de fortificar un partido opuesto al bien público, no eran nunca el motivo de estas promociones; qué grados de conocimiento poseían los pares en las leyes de su país, y de qué modo se hacían capaces de decidir en última instancia sobre los derechos de sus compatriotas: si estaban siempre exentos de avaricia y de preocupaciones: si aquellos santos obispos de quienes había hablado arribaban generalmente a tan alta jerarquía por su ciencia teológica y por su vida ejemplar, sin nota de flaquezas, ni intrigas, del tiempo en que habían sido unos simples sacerdotes, si eran atendidos los familiares de los pares, por respeto a su influjo, y después seguían ciegamente la opinión de éstos, sirviendo a su preocupación y pasiones en la asamblea del parlamento.

Quiso saber cómo procedían a la elección de los que yo llarnaba los Comunes: si un incógnito con un