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    La relacion de Menendez nos deja suspensos en cuanto a "las cosas grandes", que en su tiempo daban fama "en Chiloé" a Cahuelmó, porque las pasa en silencio i no deja traslucir tampoco, con qué objeto sus compañeros le habian recorrido.

    En estas circunstancias es una verdadera revelacion la que nos da Moraleda sobre el particular. Estos dos autores se complementan un modo feliz en muchas partes, de modo que la historia de Chiloé en aquellos años queda dilucidada hasta en sus menores detalles.

    Sucedia que el estero de Cahuelmó era uno de aquellos lugares, en que habia plantado sus reales la romántica fabula de los Césares. Segun Moraleda [n 1]"el teniente de milicias don Alonso de Oyarzun intentaba hacer viaje en 1794 a dicho esterillo, porque a corta distancia de él se encontraba una laguna mediana, en donde está la ciudad nombrada Santa Mónica del Valle, una de las cinco que, segun él, existen en el continente patagónico. Tenemos pues delante de nosotros la fantástica leyenda en todo su esplendor; nos hallamos a la puerta de la ciudad encantada, que nos brinda mil maravillas. Desgraciadamente recibimos aquí el mismo rechazo como todos los mortales que han pretendido acercársele. Menendez nos informa que las creencias de Chiloé con respecto del estero no tienen efectividad alguna. Nos vemos desalentados para ir a buscar las otras dos o mas ciudades, que al decir de los autores ofrecen mas probabilidades de encontrarlas. No podemos estendernos tampoco aquí sobre esta vasta i brillante materia, que necesita un libro aparte.

    Es curioso que Menendez aparenta ignorar que el estero debia su fama a los Césares. Sin embargo, el hecho le era sin duda conocido, por que sus compañeros, Los Barrientos, emprendian, segun Moraleda, sus viajes en busca de los Césares i habian hecho el rejistro infructuoso, de que le hablaron, precisamente con el mismo objeto con que el teniente Oyarzun pretendia hacerlo mas tarde. Menendez, que era medio creyente, recibia por el relato del chasco que esperimentaron los Barrientos en Cahuelmó, una leccion que le impone la reserva que observa.

    La ciudad encantada, que creiamos tener tan cerca se nos ha desvanecido en las nubes. Parece que nos habremos de retirar desengañados del estero talvez injustamente renombrado. Pero ya vimos que tiene fama merecida por su riqueza estraordinaria en maderas de alerce, lo que sin duda preferible al encanto mas halagüeño. Aun este no falta hoi dia a Cahuelmó, de modo que nos sentimos satisfechos hasta bajo este respecto. Esta maravilla son sus aguas minerales no mencionadas por Menendez, sea por ignorarlas, sea por no llamar su atencion.


  1. l. c. p. 506.