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XVI
 

En estas dos leyendas operan por una parte la inclinacion natural del jenio del hombre de ocuparse con placer de lo sublime i mas o ménos sobrenatural, i por otra parte la poesía popular, que hallaba en ellas el único campo en que regocijarse.

Se sabe cuanto como a fines del siglo pasado estirpar de la mente de la jeneralidad de los habitantes en ambos lados de los Andes la efectividad de las fábulas de la ciudad encantada, fundada o por los descendientes de los Incas o por los fujitivos de las ciudades australes destruidas, o en fin, por los náufragos de los buques equipados por el obispo de Plasencia.

Ha corrido el tiempo, la jeografía ha vertido sus luces sobre los territorios que eran ántes el asiento de estas fábulas; la civilizacion ha echado hondas raices en los paises criados hasta principios de este siglo, en la ignorancia propia del coloniaje. Sin embargo, el jenio del hombre no cambia en un espacio relativamente tan corto como el trascurrido donde aquella época. La tendencia de poblar las rejiones mas distantes i ménos conocidas de maravillas queda siempre vijente. Es natural que ella se nos presente en nuestro tiempo bajo una forma diversa, pero en que no sea difícil reconocer su analojía con aquellas fábulas antiguas.

En virtud de esta disposicion mental sucede aun hoi dia, que en la culta i opulenta metrópoli del Plata, para la cual la Cordillera austral se halla en lontananza mui lejana, es creencia popular, que esta carece de estructura fija. De esta creencia dimana como consecuencia lójica el encanto de los puertos arjentinos en el Pacífico i del dominio en los dos Océanos. Solo de este modo se esplica la suma lijereza con que las pretensiones surjidas inmediatamente despues de la firma del tratado de 1881 saltaron por encima de la valla tan alta i tan bien fortificada de la Cordillera al pleno Océano Pacifico. Era un ensueño de oro, lleno de aspiraciones de poder i de grandeza, que halagaba vivamente su fantasía. No arredraba a aquellos vecinos nuestros ni la consideracion que ningun antecedente histórico justificaba esta invasion, que el tratado no podia haber autorizado, ni el hecho que caian sobre los mismos techos de las casas de Chile (Eduardo de la Barra); no reflexionaban en la enormidad de su exijencia de romper la continuidad del