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teniamos que asistir á la sesion de la Academia de Sophopolis.

—"Si ello es así," dijo el Theopolita, "que el espíritu bueno os acompañe." Y se alejó.

Pero ¡oh desgracia! un viento súbito levantó su falda, y vimos brillar una especie de culebra de acero, símbolo talvez del espíritu bueno que nos hubiera acompañado si hubiésemos aceptado su invitacion.

Y sobretodo ¿qué peor espíritu que la presencia de sus mujeres horribles, cuyas manos, segun se nos acababa de decir, eran manos cadavéricas en brazos animados? Nó, mil veces nó.

Entramos en Sophopolis.

Nada mas bello, nada mas gracioso, nada mas fantástico que el aspecto de esta ciudad, con sus habitantes luciérnagas, que despiertan la simpatía adormecida en la atmósfera letal de Theopolis.

Aquellas luces, aquellos resplandores, que trazan curvas, que forman rectas, que generan ondas é iluminan la noche Marcial con tan brillantes aureolas, no pueden menos de fortalecer el espíritu noble de tan nobles habitantes, todo lo cual, empero, no sirve de alimento cuando no se ha comido lo suficiente para poder vivir.

—"Sabeis, amigo mio," dijo el Doctor al cicerone, "que el ayuno se prolonga?"

—"Un momento mas, y habremos llegado... "

—"Á dónde?"