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La rotacion cesó, y el cansancio producido por el vértigo, me hizo olvidar el individuo, y su cartera, y su reloj, y su matraz de cristal, y el terciopelo del Cristo, é imitando luego á los otros Theosophopolitanos, salí del templo.

Pero en el momento de pisar el umbral, cuando ya parecía que todo quedaba tranquilo, se oyó un silvido agudo, penetrante, como el que se produce en una campana en la que se ha hecho el vacío, y una masa de aire penetra súbitamente en ella por una abertura reducida.

Al oir el silvido, todos dieron vuelta, pero como ignoraban de donde partía, y al mismo tiempo reconocían que un silvido no en un crímen grave que debiera purgarse en el tormento, todos los que habían mirado, dejaron de mirar, porque de todos modos...... no se veía nada.

A algunos pasos de distancia del templo, el Doctor y yo, acompañados por el cicerone, (que no era otro que el procesionario con quien ántes habíamos hablado) nos detuvimos un momento, no solo para ver pasar toda la procesion, sino tambien para averiguar qué hacía el individuo oculto; porque de tal manera se nos había desarrollarlo la curiosidad, que no había cuestion que no quisiéramos tratar, ni punto que no deseáramos resolver, ni conversacion en la que no procuráramos inmiscuirnos, obligándome estas circunstancias á manifestar mi curiosidad con motivo del incógnito.