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venimos y á donde vamos... pero nó, el no sé, cual un gigante siempre mas colosal, se levanta entre la humanidad y la verdad absoluta.

No importa... sigamos la procesion.

Los habitantes de Theopolis, en traje negro, talar, salian de sus moradas silenciosas, y reuniéndose al grupo de Sophopolitanos, engrosaban sus filas. Pero de sus lábios no brotaba una sola palabra de relacion entre hombre y hombre: sus lábios que habian palidecido sin modular mas voces que las de la oracion, se agitaban en aquel momento, como si un resorte siempre activo arrancara á pesar de ellos la palabra mística.

¡Pero qué tristeza! Las luces que rodeaban sus cuerpos eran luces mortuorias, y junto á los resplandores de las de los Sophopolitanos, parecían haber sido creadas por el génio de las tumbas, para iluminar la belleza y magnificencia de la creacion del génio de la vida.

Por una de aquellas evoluciones naturales en las grandes masas humanas en movimiento, cuando este no es determinado por una ley reguladora, nos hallamos envueltos en el mismo grupo en que iba el Voltaire Marcial. Nadie hablaba, á no ser para orar, exceptuando el anciano que de cuando en cuando decía:

—"Voy á morir, nó, voy á regenerarme; pero ¿no comprendeis que si me he de alejar para siempre de vosotros, esta regeneracion es una muerte,