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las arrastran hasta el fondo del valle, las brisas mas suaves y mas tibias acarician los bosques de Limoneros que brotan en este, para mas tarde, ondas de perfumes, trepan las faldas escarpadas del Nevado, llevándole un tributo paradíseo.

CAPÍTULO IX
consagracion

Comenzamos á trepar la falda del Nevado.

Miramos hácia el valle. Un manto lúgubre se tendía paulatinamente sobre él.

Un vapor indeciso cubría los Limoneros;—los azahares habian caido deshojados, y las Flores del aire, marchitas y arrugadas, confundian su color con el color de los Musgos.

Un rumor extraño ajitaba los bosques y la llanura;—las aves se recojían en las ramas de los espesos Laureles, y los insectos de brillante matiz apagaban el reverberar de sus alas esmaltadas.

El oro y la plata, el cobre y el plomo, se desagregaban en las vetas del Nevado, y parecian convertirse en impalpable polvo, bajo el impulso de no sé que extraño misterio.

Los rumores aumentaban en el valle, y las aves aturdidas buscaban mas tupido follaje.

—"¿A donde vamos, señor Seele? ¿qué rumores son estos?"