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CAPÍTULO II
el autor consulta á un espiritista

Mi juventud ha sido una borrasca.

Mi espíritu tenía toda la vaguedad del infinito, y apesar de esto, me llamo Nic-Nac.

En 1856—contaba apenas veinte años—todas mis preocupaciones se habían desarrollado, sin tener empero un vínculo que las ligara, vínculo con que los años las han fortalecido hoy, tanto mas cuanto que he resuelto graves problemas desconocidos no sólo por los filósofos sin sentidos, sino tambien por los sábios sensuales.

Acababa de llegar de Europa un espiritista.

Nadie le conocía.

Sólo una persona le consultó;—y esa persona que halló el ideal de sus aspiraciones en la palabra de aquel hombre, esa persona fuí yo.

Pronto existió entre nosotros la comunion del alma; empero, si vastas eran sus ideas cuando se relacionaban con el mando de los espíritus, mas vastas aún eran las mias, porque ellas se referian á los espíritus y á la materia toda, al Kosmos del panteista, el supremo soñador de los soñadores.

¡Qué bella es la vida de los sueños!

El sueño es el eslabon que liga el espíritu humano con los grandes misterios de la Naturaleza.