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compañero que ya no contestaba a mis preguntas sino con un monótono mai, mai i sin comprenderme. Las horas corrian i los toldos no se divisaban; habiamos dejado a un lado algunos senderos i caminábamos siempre por valles i lomas interminables. Preocupado, silencioso, iba yo, cuando el indio me llamó la atencion señalándome una loma elevada como a cuatro kilómetros adelante; fijandome bien, divisé un bulto pequeño que se dibujaba en el horizonte: era el otro indio que a galope llevaba esa direccion. Una tropa de guanacos en ese momento nos hizo volver la cara; los animales confiados en nuestro inofensivo número, pasaron cerca de nosotros, apurando un poco mas el paso con los salvajes gritos de mi cicerone: subimos la loma i bajamos por un valle pastoso en donde habia algunos caballos; el indio me dijo entonces: Paillacan cahuellu, amui, nos pusimos al galope; media hora despues, al concluir el valle que se unia en ángulo recto a otro mas ancho, divisé en éste unos cuatro toldos amarillos con alguna jente; como a unos doscientos metros ántes de llegar se me presentó un jinete vestido a lo español que me habla en castellano diciéndome que uno de los dos indios que me conducian se habia adelantado i avisado al cacique de mi llegada, al mismo tiempo se puso a compadecerme por haber caido en manos del indio mas alzado i mas pícaro de la pampa: no dejó de infundirme algun temor esta introduccion tan poco de acuerdo con mi situacion. Algunas indias i varios niños desnudos se presentaron a examinarme con estúpida curiosidad; pregunté por el cacique i serenándome cuanto pude penetré en el toldo mayor.

De pié, envuelto en un cuero se encontraba el viejo cacique con los ojos colorados i el pelo desgreñado; le saludé dandole la mano, i él, escondiendo la suya no me contestó. Atemorizado con esta manifestacion tan poco urbana me quedé de pié, confundido, sin saber qué decir; trascurrieron así algunos segundos; ninguna de las indias se movia; se sentó luego el cacique; quitéme de los hombros la mochila, e hice lo mismo; a una seña del viejo se sentó el español cerca de mí; entónces con una voz ronca i colérica principió el cacique un largo discurso. Miéntras él hablaba, yo pensaba en las contestaciones que le iba a dar; no era posible decirle cual era mi nacionalidad ni el objeto de mi viaje, porque era lo suficiente para perderme; las relaciones de esos indios con los Araucanos son bastantes para que participen del odio que éstos tienen por los chilenos, i celosos como son de su independencia, era un atentado directo contra ella el intentar reconocer uno de sus rios: me decidí, pues, a