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dad jeneral habia variado entre uno i cuatro metros. Veiamos delante, la superficie del agua que bajaba i subia, produciendo olas marcadas; pero eso no nos infundia temor, porque ya habiamos visto que apesar de una profundidad considerable, una piedra, aun pequeña, situada en un fondo liso, producia olas sensibles en la superficie.

A las cinco, nos pusimos otra vez en medio de la corriente: navegamos como un cuarto de hora; la corriente aumentaba poco a poco: segun nuestros cálculos debíamos hallamos a corta distancia del punto a donde habian alcanzado los españoles en 1782; contabamos unas 75 millas navegadas: cuando al doblar una punta, el rio se declara en un impetuoso torrente, luego se presentan grandes olas i remolinos: enormes penachos blancos en todas direcciones dan a conocer la presencia de grandes piedras. Salvamos las primeras con alguna dificultad: pero la corriente nos arrastra i la reventazon ahoga al bote que apenas obedece a la bayona. En un claro intentamos ganar la orilla; imposible! hacemos mayor fuerza de remos para que tenga accion la bayona: todo es inutil: resolvimos entónces lanzarnos al medio del peligro i cortar valientemente por la cresta de las olas. En ese momento todo era confusion i movimiento, apenas nos podiamos tener en los bancos: a grandes voces nos animabamos mútuamente: algunos instantes mas i escapabamos pero ¡o desgracia! de repente, el bote esperimentó un violento choque, el agua entró por el fondo i en un espacio de tiempo inapreciable nos alcanzó a la cintura, mandé que se continuase bogando para tratar de dirijirnos a la orilla, pero ya el agua hacia flotar los remos sacándolos de los toletes. En el mismo momento, una gruesa marejada toma el bote de costado, i lo da vuelta poniendo la quilla al aire. Yo tenia mi salva-vida a la cintura pero viendo otra a mi lado, la cojí, i junto con Lenglier i el marinero Vera, que nos hallabamos en el lado opuesto al de donde vino la marejada, fuimos cubiertos i sumirjidos bajo del bote: fuime apique; la salva-vida me hizo subir, pero senti que mi cabeza topaba en los bancos de la chalupa, no podia respirar, hago esfuerzos para safarme i no lo consigo: sofocado i desesperado sin comprender mi situacion, ya me sentia ahogar, cuando un ruido de espuma hirió mis oídos; me sentí jirar violentamente dos o tres veces, toqué el fondo i sali a la superficie. Vi entónces a mi lado, a Lenglier pálido i desfigurado que luchaba en medio de las olas: a unas pocas varas mas el bote con la quilla al aire sostenido a flote por los tubos inflados de los botes de guta-percha, i montados encima, a cuatro de los peones: