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tanto en la empresa, que aunque era preciso caminar como dos quilómetros bajo un sol de fuego, nuestro carpintero i sus compañeros nos imitaron; orillamos la cuesta i vimos que la entrada del rio era bastante fácil; en una pequeña punta de arena, situada en la otra banda, habia un rincon en donde la corriente era poco sensible; en él fijamos el alojamiento de la noche; allí debia anclarse la embarcacion. Recoji muchas plantas i volvimos satisfecho de la esctursion; el carpintero i sus compañeros volvieron un poco'despues con sus gorras llenas de frutillas cojidas en las lomas: convinieron con nosotros en que el lugar que habiamos escojido para anclar la embarcacion a la noche era mui apropósito. Todos descansaron esperando la tarde.

Pensando en el desagüe, me acordé de lo que me habia dicho el viejo Olavarria, abuelo de Vicente Gomez, que en otro tiempo habia acompañado al Padre Melendez; cosa increible que despues de setenta años, este anciano tuviese la memoria tan fresca: me habia dicho que el desagüe se encontraba como a seis o siete leguas del punto en donde habia desembarcado, i al pié de un morro notable. Segun la relacion del franciscano, habia desembarcado detras de dos islas, despues de haber pasado el canal: teniamos estas dos islas al frente en la orilla meridional, i siguiendo en la orilla el espacio de seis o siete leguas, dabamos presisamente en el desagüe. El morro de forma estraña no faltaba tampoco, porque encima del desagüe se dibujaba en el azul del cielo una montaña, representando perfectamente el perfil de una de esas estatuas que se ven tendidas sobre las tumbas de la Edad Media; bautizamos este cerro con el nombre de cerro de la Estatua.

Mientras que esperabamos la tarde, daré una corta idea de los individuos que me acompañaban. Juan Soto, citado mas arriba, habia tenido una existencia bastante barrascosa, habia sido soldado, despues vaquero de un potrero cercano de Valdivia. Su conducta en Puerto-Montt, antes de venir conmigo, no era irreprochable, pero a pesar de todo lo que se me dijo de él, su carácter decidido me gustó, i le traje conmigo.

Francisco Mancilla el carpintero, era un hombrecito flaco i delgado, pero hábil en su oficio, tenia un carácter débil. Antonio Muñoz, el gordo, tenia las formas de un toro: cuello grueso i corto, miembros desarrollados, pero su coraje moral no correspondia con su fuerza física; ademas, era un hablador insoportable. José Diaz, carácter frio i reflexivo, hombre leal; i el mas jóven, Septimio Vera, con algunos elementos de instruccion i que parecia dotado de un buen carácter