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haciéndoles ver al mismo tiempo, que delante teniamos la esperanza de llevar a cabo la empresa, la gloria de realizarla; i en caso de ceder a la falta de resolucion o a los peligros que pudiésemos encontrar, retrocediendo, una muerte segura con todos los horrores del hambre nos aguardaba. A las doce del dia, calmó un poco el viento i concluimos de embarcar los víveres i bagajes. De las cabras que traíamos, ya no quedaban mas que los cinco cabritos, el resto habia llenado el objeto de su venida. La despedida fué tierna: Vicente Gomez i algunos de los peones que volvian tenian las lágrimas en los ojos; era natural, el adios podia ser eterno: íbamos a lanzarnos en lo desconocido: ademas, durante el viaje habiamos vivido tan familiarmente que las afecciones reemplazaron a la disciplina. Nos embarcamos i nos alejamos bogando. Estábamos en el camino del Este. Alea jacta erat.

La embarcacion estaba cargada al exceso i la carga mal estivada como pudimos verlo algunos instantes despues. De la cordillera venia por ráfagas desiguales un viento helado, sin embargo, izamos la vela; navegábamos en la larga ensenada que es la punta mas avanzada al Oeste de la laguna de Nahuel-huapi; las orillas están cortadas a pico, i el viento oprimido en este canal estrecho, tomaba a cada momento mayor fuerza. Las aguas azotándose en las altas murallas que le sirven de barrera, producían un ruido imponente i tenian una ajitacion inesperada en un lugar de tan poco espacio. Andábamos bien, apesar del gran balance que habia. Como a ocho kilómetros encontramos una, isla pequeña cubierta de árboles. Crecia la ajitacion de las aguas, i dos veces la proa del bote se sumerjió enteramente. Principiaba a ser crítica la situacion; pero el piloto Mancilla era hábil en su oficio i nos hacia evitar las olas con suma destreza i suerte. De repente, habiendo querido tomar la escota de la vela que se le habia escapado, el timon abandonado por un momento se descaló i se fué al agua sin que pudiésemos pensar en recojerlo. Hubo un momento de confusion i de temor, el bote arrastrado por el viento i por el embate de las olas que reventaban sobre nosotros, iba a estrellarse contra las rocas; pero no se turbó Mancilla; en el acto tomó un remo i gobernando con él, nos apartamos del peligro. Sin embargo, no habia seguridad en medio de la borrasca que a cada instante era mas fuerte; era preciso buscar un abrigo. No habia que pensar en encontrar el mas pequeño pedazo de playa; las paredes de la ensenada eran perpendiculares. Todo lo que podiamos exijir de nuestra buena estrella, era una punta pequeña, aunque no tuviese detras de ella

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