Página:Viaje en las rejiones septentrionales de la Patagonia.djvu/74

Esta página ha sido validada
— 60 —

rosos en los alrededores de Chiloé. Al tio de Pedro le habia sucedido una aventura mui curiosa, aventura de la cual nunca quiso hablar sino a la hora de su muerte. El tio de Pedro se habia casado pocos meses ántes; i habiendo ido a Castro, volvia al lado de su jóven esposa, se apresuraba, pero tenia mucho camino que andar todavía, cuando pasando por las orillas de un lago del interior, ve de repente cerca de él a un hombre vestido como los chilotes, es decir con poncho, calzones estrechos de lana, i sin ninguna clase de calzado. En todo esto nada habia de estraordinario, sino lo imprevisto de la aparicion: el aparecido cambió algunas palabras con nuestro chilote, i en seguida le propuso conducirle a su casa en media hora (cinco leguas en media hora) bajo la condicion que le regalaria media libra de yerba i un centavo de cigarros, no necesitaba fósforos porque todos saben que para prender su cigarro, le basta al diablo restregar con las uñas la estremidad de su cola que es de materia mui inflamable; luego vió el chilote que trataba con el diablo o uno de sus parientes: sabia mui bien que a ningun cristiano le conviene tener relaciones con esta clase de jente, pero era recien casado, i por supuesto tenia prisa de volver a ver su cara mitad, aceptó. Silbó el individuo i salió del lago, relinchando, un caballo de anca relumbrosa, de pelo fino i adornado de una larga crin; el desconocido montó i a sus ancas el chilote; caminaban como el viento, ya el esposo divisaba su casa, cuando en una vuelta del camino, se siente deslumbrado de repente, se desmaya, i se desliza del caballo.

Cuando volvió de su letargo, i entró a su casa, despues de haberse restregado los ojos, su mujer le abraza, i le contó que pocas horas ántes un individuo, de figura estraña, de voz ronca, habia entrado i, por señas la habia hecho que le siguiese i le mostró en la puerta a su marido durmiendo, a su lado el caballo bañado en sudor, i la hizo comprender que debia pagar el precio de la carrera. Sin decir nada, la mujer, con el gusto de ver a su marido le entregó la media libra de yerba i el centavo de cigarros. El individuo, que era el diablo, tomó una especie de cuerda negra, que colgaba a su cintura, la restregó en la pared, i salió una chispa, la mujer se sorprende, i habiendo dicho Ave-Maria, hombre, caballo, yerba, cigarros, todo habia desaparecido. Jamas quiso el tio de Pedro que se hablase de esta historia; solo en el lecho de muerte, habiendo reunido a sus hijos, les dijo que siempre podian hacer pagarées a los comerciantes de Ancud, que compran por la mitad de su precio el fruto del trabajo de los pobres, pero que jamas debian tener relacion alguna con jente, que al silbar