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tos últimos si tienen la degracia de volver la cara para examinar al Peuquen! se quedan con la cabeza torcida hasta el fin de su vida. Luego no es bueno ser demasiado curioso ni tampoco volver la cara cuando se oyen hachazos en los bosques.

¡Que útil historia.! Si yo tuviera una esplotacion de alerces al rededor de la Colonia, la haria imprimir a mi costa con grandes carácteres a fin que todos pudiesen leerla, niños i grandes, madereros e hijos de madereros, desde el abuelo hasta el nieto, i una vez que la supiesen de memoria, estoi convencido de que, al fin del año, haciendo la suma de los árboles derribados en 365 dias i 366 por los años bisiestos, hallaria un aumento notable sobre los años en que nuestros madereros no estaban penetrados del peligro que hai en volver la cara al oir hachazos en la vecindad i de la poca ventaja que se saca con ver al Peuquen.

Este poder fascinador, lo ejerce el Peuquen no solo sobre los hombres, sino que tambien sobre las mujeres, aunque de otra manera, como se ve por la historia siguiente que cuenta el vecino del narrador: he conocido, o al ménos mi abuelo, dice, ha conocido una honrada pareja, cuya paz fue turbada por un Peuquen. El Peuquen habia talvez, encantado por medio de algun filtro a una donosa chilota, casada con un honrado maderero, i venia ilegalmente a tomar parte en el fuego i en el lecho nupcial a vista i paciencia del marido, que embebido en las creencias jenerales del país, no se atrevía ni a moverse, tampoco a respirar temiendo encontrar la mirada penetrante i tan funesta del brujito. Grandes eran pues, las confusiones del pobre hombre, ya hacia un mes que el Peuquen venia sin pudor ni verguenza a entregarse a sus amorosos pasatiempos i era tanto que al fin la familia podia mui bien aumentarse con un vastago que no habria sido sino medio chilote. A grandes males, grandes remedios dijo el buen hombre i se fué a contar sus penas al capuchino, cura de su parroquia, que habia heredado unto con la larga barba, distintiva de su órden, el humor alegre de sus antecesores. El capuchino aconsejó al chilote que unjiese todo el cuerpo de su mujer con cebollas i ajos, i que le sirviese una comida que tuviera muchas de estas legumbres. El chilote ejecutó tan puntualmente la receta, que despues de comer, ni a diez pasos de la mujer, se hubiera visto revolotear una mosca, i a la noche cuando vino el Peuquen para celebrar sus orjias acostumbradas, se sintió tan apestado, que se puso a vomitar imprecaciones contra la mujer, i contra el marido, el cual las escuchaba con los ojos cerrados. Le dijo a este las injurias mas