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mandibulas guarnecidas de varias hileras de dientes. Pedro la ató a un árbol a manera de trofeo para mostrarla a sus compañeros que debian llegar al dia siguiente i probarles así su valor.

En la noche, buen tiempo.

24 de diciembre.—El miércoles desde mui temprano, principiamos a hacer los preparativos para levantar el campo i trasportarnos al pié del Boquete Perez Rosales. A las diez llegó la jente: despues de un almuerzo en que probamos la carne de nutria asada, debíamos ponernos en marcha; miéntras tanto se entabla una discusion mui acalorada entre nuestros hombres para decidir si la nutria era una nutria o un huillin. El huillin tiene la cola pelada como el raton, i la nutria la tiene con pelo. Sobre este asunto dijeron cosas mui buenas, que siento no recordar, i que aunque no esclarecen la ciencia, por lo ménos revelan el espíritu perspicaz de mis chilotes. Como el tiempo apremiaba, fue preciso interrumpir sus disparates i ponernos en camino.

Dejamos el campo a las once i media. Caminamos como cuatro kilómetros por un bosque espeso i bajamos en seguida al valle por donde corre el Peulla, que tiene en este lugar como 500 metros de ancho. Todo este espacio debe ocuparlo el torrente en las avenidas del invierno; pero, en el mes de diciembre, el Peulla se encuentra reducido a su mas simple espresion: serpentea en su variable lecho; lo atravesamos dos o tres veces, ya entrando con el agua hasta la rodilla, o pasando por encima de troncos de árboles, puentes lijeros que los hombres habian echado con el hacha: el agua era turbia i mui fria. Cuando caminábamos por el lecho del torrente, avanzábamos con trabajo, porque el terreno se compone de piedras rodadas que nos hacian tropezar a cada paso, con un calor sofocante, i deslumbrados por el color blanco del suelo que reflejaba los rayos del sol: la temperatura subió hasta 34 grados a la sombra. A derecha e izquierda del valle, se elevan rocas a pico, unas enteramente cubiertas de árboles, otras mostrando la desnudez de sus cimas cubiertas de nieve; aquí i allá cascadas de agua deslizándose perpendicularmente por las paredes i que de léjos parecen inmóviles. Muchas veces dejamos el lecho del torrente para entrar en el bosque del aluvion derecho, bosque cubierto de coligües que entorpecian la marcha; unas veces, nos resbalábamos en algunos tendidos, otras, era un pedazo que cortado cerca de la raiz, heria nuestras piernas; troncos muertos derribados nos servían tambien de estorbo: los tábanos nos perseguian i con sus frecuentes ataques aumentaban la sofocacion de la marcha. En fin, lle-