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mo ruido, azota sus aguas contra las peñas que le impiden el paso, hace saltar la espuma, i se aleja con fuertes bramidos por el lecho de lava: el ruido i la espuma van creciendo al avanzarse hácia el sur. Cuando las aguas de los torrentes que bajan del Osorno aumentan su volúmen, debe presentar un espectáculo magnífico de devastacion; peñas i árboles jigantescos, arrastrados al medio de las espumosas olas por la violencia de la corriente. Entónces debe el cauce tomar una anchura mucho mayor; lo que nos lo hace creer, es que, en nuestro camino desde el último campamento hasta el lago de Todos los Santos, a unos ciento o doscientos metros del lecho actual del Petrohue, hemos visto el efecto evidente de la accion destructora de las aguas, en unas especies de arcos de piedra cavadas en la orilla, i en las raices desnudas de los árboles riberanos. En la salida, la orilla opuesta del Petrohue, está cortada a pico, pero en donde nos hallabamos hai una playa de arena poco inclinada, en la cual las creces del lago han dejado huellas de sus alturas sucesivas, dibujando con pedazos de leña, curvas horizontales perfectamente regulares. Nos atrasamos en nuestra marcha, por los hombres que llevaban las cargas, i se comprende la dificultad con que avanzabamos, porque llevabamos no solamente los víveres con que diariamente se alimentaba la jente en la marcha, sino tambien los que se iban a usar cuando hubiese dejado en Nahuel-huapi a los hombres que debian volver atras con Vicente Gomez, para aventurarme con mis seis compañeros en busca del desagüe, i alcanzar al Puerto del Cármen, bajando el rio Negro. Quieria tener al separarnos dos meses de víveres para siete personas. Las cargas de cada individuo eran pesadas, de allí resultaban los atrasos, pero eso no nos quitaba el ardor que en toda empresa asegura el buen éxito. Es increible como estos peones soportaban la fatigas; los turcos son hombres de una fuerza proverbial, pero creo que se confesarian vencidos en presencia de nuestros chilotes; tomaban estos por la mañana un puñado de harina tostada con agua, llevaban otro puñado para fortalecerse en el camino, calzaban su hojotas de cuero fresco i luego se ponia en marcha con el pié ájil, el corazon alegre i un peso de setenta i cinco libras en el hombro. Los que llevaba no eran indignos de su reputacion; por eso llegando a las orillas del lago, para recompensarles su buena voluntad i al mismo tiempo darles fuerzas nuevas con la carne fresca, hice matar el ternero que me habia regalado don Francisco Geisse. Las cabras se reservaban para mas tarde. A la noche cesó un poco la lluvia.

16 de diciembre.—Por la mañana llovió mucho. Las nubes que