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de todos los caciques pidiendo nuestra espulsion inmediatamente de la tierra, que hasta el mismo Huitraillan que ántes estaba bien dispuesto para con nosotros, habia cambiado de ideas, i que uno de los caciques habia ido hasta el estremo de mandar decir que si Huincabual tardaba mas en expelernos, vendria él a dar un malon, i mataria a los dos huincas i a los que los favorecian. Añadió Inacaya que me dejaba enteramente libre para hacer lo que quisiese, que tenia su palabra de ir con él a Patagónica, i que apesar de todos los descalabros que podian caer encima de su cabeza i la de su padre, me conduciria a Patagónica si persistia en mi proyecto.

Conmovido por la conducta leal i franca de Inacayal, no hesité un solo momento. Le contestó Dionisio de mi parte que de ninguna manera queria que por nosotros dos estranjeros, se malquistase con sus hermanos de la Pampa, i que por ningun precio iria a Patagónica, no queriendo atraer desgracias a las familias de dos hombres como él i su padre, que se habian comportado tan bien i tan francamente conmigo.

Esas palabras parecieron aliviarle de un gran peso; me dijo que iba a arreglar las cosas para que en el año venidero pudiese realizar mi viaje, haciéndome prometer que volveria. Que para mi salida me iba a proporcionar una escolta, compuesta de indios amigos para que pudiese salir con seguridad de la tierra, pero me aconsejaba como a un hermano en peligro que me fuese lo mas pronto posible porque quién sabe hasta dónde podia llegar la cólera de los caciques del Norte, celosos de mi posicion de secretario, compañia de la cual ellos creían que Inacayal sacaría ventajas particulares en las negociaciones de paz. En ese mismo instante, como si espresamente hubiera sido para dar mas peso a sus palabras, llega a carreras Motoco Cárdenas que venia de los toldos de Huitraillan diciéndome que los indios se alzaban i que solo nuestra marcha inmediata podia apaciguarlos, que aprovecharse la ocasion, que el cacique Huentrupan andaba en el otro lado del Caleufu, i se iba a Huechu-huehuin; lo que mejor podia hacer era irme con él; que así en su compañia seria respetado. Esto completó mi decision.

Yo conocia mui bien a Motoco, sabia que no era hombre que se asustase sino de un peligro real e inminente. Los preparativos fueron hechos prontamente; no quise esperar a Gregorio Cárdenas, sabiendo que le encontraría en el camino. Me despedí del viejo Huincahual i del tio Jacinto; las mamas Dominga i Manuela estuvieron a punto de derramar lágrimas. Inacayal, Dionisio i Celestino me vinieron acom-