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nupan en calidad de chasque, para acompañarnos hasta los toldos de Huincahual. El bribon se habia pintado la cara con colorado, lo que se la hacia mucho mas honrada. La casa que Antinao debia a la ciencia arquitectónica de nuestro carpintero Mancilla, se hallaba en un bosque de manzanos, encima de una pequeña colina; es bastante bien construida, vistos los recursos de la localidad. Dos o tres campos cultivados que la cercan le dan un aspecto risueño. Allí nos apeamos. Antinao me besó la mano, yo luce lo mismo con la suya: es señal de amistad entre los indios.

Tenia un asunto que arreglar con él: yo queria cobrarle el caballo que habia dado a los constructores de la casa, i que segun supe despues él mismo fué a robárselos al camino: trabamos conversacion. Míéntras tanto viéndome sacar del bolsillo mi reloj de sol para ver la hora, me suplicó que lo volviese a guardar, diciéndome: que eso era talvez alguna brujería i podia causar una enfermedad a su mujer. Respeté su supersticion, pero no pudimos arreglar el negocio. El volvió a tomar su ocupacion de hacer chicha, machacando las manzanas con un palo en el tronco hueco de un árbol, i nosotros montamos a caballo. Bajamos la colina, i volvimos a entrar en el valle. Ahí cesaba el pasto, pisábamos el suelo de la pampa: arena i plantas espinosas; quemaba el sol. En una pequeña eminencia, formada por una piedra aislada en medio de la pampa nos esperaban dos indios, que un rato ántes habiamos visto apearse i encimar la peña. Cárdenas reconoció en uno de ellos, a Foiguel, hijo mayor de Paillacan, ausente de los toldos de su padre en el momento del naufrajio. Le hice algunos regalos, i miéntras conversábamos vino otra vez a la carga Antinao, trayendo el caballo en cuestion, cuyo valor le pagué en pitrines [1] de añil. Esto lo hacia no por remordimiento, sino porque queria conservar mi amistad, que mas tarde le podria ser útil. Foiguel me convidó a ir a su toldo, situado como a un kilómetro a la izquierda del camino. Le dí las gracias no pudiendo demorarme i le hice algunos regalos, que hicieron cesar sus invitaciones; tampoco tenia otro objeto su urbanidad. Fóiguel a quien no volvi a ver despues, tenia el aspecto feroz de su padre Paillacan: los ojos, en los cuales se inyectaba la sangre con facilidad, manifestaba que una vez encendido de cólera, no debia ser un mozo de mui buen jénio. Quién sabe si no debia este aspecto feroz, al color rojo con que se habia pintado la cara, porque Cárdenas me aseguró que era hombre de mui buen carácter. Sepa-

  1. Un pitrin pesa dos onzas