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fué preciso sentimos secar al fuego de sus varas para olvidar los rencores que le teniamos.

20 de febrero.—Llovió toda la noche: por supuesto era de creer que madrugarianos; estuvimos en pié al rayar el alba. Con el dia cesó la lluvia; despues de haber hecho el almuerzo acostumbrado de cordero asado, nos pusimos en camino, i orillamos el estero Queñi. El declive es suave, pampitas cubiertas de altas yerbas, i de las mismas flores amarillas que habiamos reparados en Chihihue, alternaban con el bosque en el sendero que seguiamos. Cerca de la cuesta, en las dos faldas de la cordillera, la flora es casi la misma. En este valle, la cordillera de la izquierda sigue sin interrupcion hasta el lago de Queñi, pero al frente de este, la de la derecha tiene una depresion sensible i forma una abra. Se deben contar veinte i ocho kilómetros desde Inigualhue hasta el lago de Queñi; un poco ántes de alcanzarlo, atravesamos el estero, que ahí casi es un rio.

El lago de Queñi a 562 metros sobre el nivel del mar, es de forma triangular; sus lados tienen cada uno como dos kilómetros de estension. Echa sus aguas en el lago de Lacar, por el rio Chachim. Evitamos una subida difícil, siguendo por algun tiempo la orilla; nuestros caballos tenian el agua hasta el vientre. Subimos otra vez ala falda i caminamos al Nordeste, doce kilómetros: el valle concluye, oblicuando en el lago de Lacar. Atravesando terrenos pantanosos alcanzamos al balseo; un poco ántes, pasarnos un riachuelo cuyo nombre no nos supo decir nuestra jente, i que viene a echarse en el Chachim.

Este balseo no era el mismo que habíamos pasado cuando volviamos de donde Paillacan. Este estrecho se llama Huahum, dista del otro como ocho kilómetros hacia la izquierda, i entre los dos, el rio Chachim viene a juntarse con el lago de Lacar. Motoco se fué adelante para llamar al indio que maneja la embarcacion; se demoró algun tiempo. Parece que los indios estaban embriagándose con el aguardiente que les habia traido Panguilef de la Mariquina que habia pasado la víspera en la otra orilla. Al fin volvió, diciendo que ya estaba en la embarcacion un jóven indio. Bajamos a la orilla i desensillamos los caballos. El jóven indio pidió por retribucion un pañuelo, que le dí. El único remo de la canoa era un palo, en cuyo cabo tres pedazos de tabla amarrados con voquil, formaban la paleta. Embarcamos en la canoa los bagajes i las monturas. Dos viajes bastaron para pasarlos; nosotros pasamos tambien, i solo quedaron en esa orilla los caballos i Motoco que esperaba la vuelta de la canoa, para ha-