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reconocerlo por tierra, i éste pasando la cordillera por el pié del Corcovado, caminó hácia el Sur hasta dar con una gran laguna que calculó estaria a los 46° de latitud, no léjos del rio dedos Camarones. Desengañados quedaron de que los Césares no se hallaban en aquellas alturas; pero faltaba averiguar si estarian realmente en mayor latitud i un suceso digno de eterna memoria por sus peripecias lo confirmó de un modo eficaz en estas sospechas.

El Gobernador de Chiloé don Juan Verdugo habiendo traido gran número de Puelches i Poyas que habia apresado en la otra banda de la cordillera, quiso venderlos como esclavos en la ciudad de Castro; a lo que se opuso vigorosamente el padre Mascardi, diciéndole que la lei que declaraba por tales a los prisioneros de guerra se limitaba a los araucanos i por tanto esos Poyas i Puelches, podrían ser sus prisioneros, pero no sus esclavos. No es de estrañar que el victorioso Gobernador negase esta consecuencia o que la menospreciase, pero si lo es la valentía i constancia de un simple misionero que elevaba i sostenia su demanda ante el Gobernador del reino i no hallando justicia ni en él, ni en la Real Audiencia apeló al Virei que se la hizo ordenando que los indios fuesen puestos en libertad i restituidos a sus tierras. Estos deseosos de corresponderle al padre el beneficio de la libertad i los auxilios que les habia prodigado en los cuatro años que empleó en negociársela, se ofrecieron a llevarlo a sus tierras, comprometiéndose a oir su prediciaicion, i a procurar la oyesen dócilmente las naciones transandinas i también a ponerlo en relacion con los vecinos de la ciudad de los Césares. Cabalmente hallábase entre ellos una india titulada la Reina en razón del singular prestijio que tenia sobre aquellas jentes, así por su talento superior, como por su elevado carácter, pues que era cacique de una numerosa tribu, la mas austral de los Poyas, i que por lo mismo decia tener conocimiento no solo de la existencia de dicha ciudad, sino también de los usos i costumbres de sus moradores. Ella le contaba, confirmándolo los demas indios, que los Césares tenian entre sus muchas grandezas magníficos templos con elevadas torres coronadas de cruces; i que cada uno de ellos tenia hasta nueve mujeres, i otras cosas semejantes; con lo cual llegó a persuadirse el candoroso misionero, que los Césares faltos de sacerdotes habrian olvidado la pureza de la lei de Dios que sus padres les legaron, i que con el roce de los bárbaros la habrian manchado con mil abusos hasta con la poligamia; i animado de un santo celo resolvió ir en su auxilio para désengañarles de sus errores, quitarles las supersticiones, correjir sus hábitos i reintegrarlos en la pose-