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concluyó diciéndome que debía ir a pasar algun tiempo con los indios del Chimehuin, de quienes seria mui bien recibido, porque podia enseñarles muchas cosas. Como vivia en un lugar en donde me parecia debia estar nuestra desgraciada compatriota Elisa Bravo, que fué, como se sabe, cautivada por los indios, despues del naufrajio del buque Jóven Daniel en las costas de Valdivia, le pregunté si sabia algo de eso. Me aseguró haber tenido noticia del naufrajio i de la mujer, que los indios se habian emborrachado con los barriles de licor que arrojaron las olas a la orilla, i en seguida habiendo asesinado a todos los náufragos, habian llevado consigo cautiva a la española. Mas temiendo la venganza de los españoles, la vendieron por cien yeguas a los indios de Calfucurá en Puelmapu. Pero inmediatamente, notando él mi admiracion, agregó que la mujer habia muerto hacian tres años, i no quiso darme mas esplicaciones. Montesinos como todos los indios no decia sino lo que queria decir. Despues cuando estuve viviendo en los toldos de Huincahual pude imponerme de la verdadera existencia de esta pobre mujer, pormenores que daré mas adelante.

Pasaba el tiempo en esas conversaciones, i esperando a Gregorio Cárdenas, que habia yo mandado a la Union por el motivo siguiente: Montesinos, chileno, aquel individuo que cito en la primera parte de esta relacion, i que me habia sido enviado como lenguaraz, por don Manuel Castillo Vial, Gobernador de la Union, ántes de mi salida de Puerto Montt; el mismo Montesinos que habia dicho a los indios tantas mentiras sobre mi viaje, i que habian orijinado el parlamento cuando me iba a Valdivia, habia ido a la otra banda, i al regresar, creyendo que Motoco no podia correr tras de él, porque tenia algunas cuentas que arreglar con las autoridades de los Llanos, se habia apoderado ilícitamente de dos de sus caballos. Este me rogó que escribiese una carta a las autoridades de la Union para reclamar los animales, i Gregorio fué encargado de la dilijencia.

16 de febrero.—Aunque tenia prisa de pasar la cordillera, siempre tenia que esperar la llegada de algunos Pehuenches con caballos para comprarselos por aguardiente, i se pasaba el dia en hacer observaciones frecuentes o conversando con los Montesinos: siempre sucedia algun acontecimiento que rompía la monotonía del tiempo. Un dia Matias Gonzalez llegó todo alborozado, pidiéndome recomendaciones i consejos sobre un asunto que le aflijia: poco tiempo ántes, había concedido la mano de su hija a un Pehuenche, en cambio de algunas prendas. La cosa hizo ruido, la noticia de este contrato matrimonial de jénero