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les habia regalado a cada uno un caballo, pero pasando el boquete, como uno no estaba amarrado, habia sido robado o se habia perdido en el bosque. Les pedí noticias de la otra banda, i desgraciadamente me confirmaron lo que ya me habia dicho Labrin. Parece que un tal Melipan, indio de la vecindad, habia dicho a los indios de la otra banda que el aguardiente que yo llevaba, estaba envenenado, con el objeto de causar la muerte a los caciques Pehuenches. Para jente ilustrada, lo falso i absurdo de tales cuentos hubiera resaltado al momento; pero los indios, acostumbrados a tratar con los compradores de caballos, que jeneralmente es jente poco honrada, creen todo lo que se le antoja decir al primer bribon que les habla sobre las malas intenciones de los huincas. ¿Cómo iban a ir dos hombres con aguardiente envenenado, para ser en seguida víctimas de la venganza de aquellos que viendo morir a sus compañeros, se abstendrian de probar el licor funesto? Como conocia la credulidad de los indios, me resolví a cambiar ahí mismo el aguardiente por caballos. Los dos peones venian poco contentos de los indios i principalmente el carpintero, decia: que lo habian maltratado mucho i que habian querido matarlo, pero como me lo contó despues su compañero, la verdad de lo ocurrido era, que tenia la costumbre de embriagarse junto con los indios, i que despues éstos, locos con la bebida, se volvian malos i lo amenazaban. Hubiera evitado todo eso, no mezclándose en sus borracheras. Por otra parte, no habian sido mui desgraciados, porque los indios no ejecutaron con ellos las intenciones que me habian manifestado en el parlamento que tuvo lugar cuando yo me iba a Valdivia; los habian dejado residir tranquilamente en casa de Antinao, sin intentar retenerlos hasta mi vuelta, como se convino. Talvez se portaron así, porque sabian ya mi proximidad, i esperaban ser mas recompensados obrando de ese modo.

Dí una carta a esos dos hombres, para que fuesen pagados en Valdivia. Se fueron, pero dejándonos a Tigre: éste fiel perro, como he dicho antes, se habia quedado con los dos peones en los toldos de Antinao cuando pasamos por allí, yendo a Valdivia: una marcha forzada por los arenales de la pampa le habia lastimado las patas, i para evitarle fatigas inútiles, lo habia dejado con la intencion de recojerlo a la vuelta. El pobre animal manifestaba el gusto de vernos con movimientos i caricias que no podria describir la pluma. Lenglier, que profesaba mucha admiracion por este intelijente animal, persistió entonces mas que nunca en su resolucion, de celebrar mas tarde los hechos i proezas del sin igual Tigre, en un poema

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