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nuia de fondo, i el agua alcanzaba apenas a las rodillas de los caballos. Como a las doce del dia llegamos a las pampas de Arsquilhué, potrero de don Manuel Florin. En la casa encontré algunosindios Pehuenches sentados bajo una ramada, bebiendo en compañía de mi grande amigo Juan Negron, del cual hablaré un poco mas adelante. Entre estos indios se hallaban unos dos, que eran hermanos: Pedro i Manuel Montesinos, apellido español que habian adoptado i vivian en la otra banda, en los toldos de Huitraillan, cacique Pehuenche de las orillas del Chimehuin. Tambien estaba con ellos Pedro Cárdenas, (Motoco) hermano de mi mozo i otro jóven José Bravo, lenguaraz i secretario del mismo cacique.

Al dia siguiente, fuimos sorprendidos con la llegada de Labrin, aquel jóven chileno de quien he hablado en la primera parte de esta relacion, i que junto con su querida, se encontraban cautivos en los toldos de Paillacan, cuando nosotros llegamos del Limai. Habia obtenido su libertad con la llegada de Foiguel, el hijo mayor del cacique, que se empeño por él con su padre. Es difícil espresar la satisfaccion que esperimentaba esa pareja el verse libre i en medio de jente civilizada. Habian permanecido un año entre los salvajes. Labrin me anunció la llegada de mis peones, el carpintero Mancilla, i Antonio Muñoz que se habian quedado voluntariamente en Huechuhuehuin, para construir la casa de Antinao; pero que despues del parlamento se les habia considerado como rehenes hasta mi regreso de Valdivia. Díjome tambien que habia entre los indios mui mala disposicion respecto de mí, a causa de ciertos rumores falsos que habian llegado a noticias de ellos: sobre que el aguardiente que yo llevaba estaba envenenado, i que el cacique Huentrupan del otro lado de la cordillera habia mandado chasques a los otros caciques avisándoles acerca de mis malas intenciones.

Otro individuo Diego Martinez, uno de aquellos perseguidos por la justicia que suelen ir al otro lado de la cordillera, con el objeto de comprar caballos, no pudiendo entregarse en este lado a ninguna ocupacion para poder subsistir, tambien les habia llenado la cabeza a los indios con mentiras: como, que de Nahuelhuapi venian seis cientos hombres armados para hacerles la guerra, aseverando todo esto con otras falsedades.

Como a las doce, divisamos dos hombres i un perro, que se dirijian hácia la casa; eran los dos peones, seguidos de Tigre. Efectivamente habian hecho una casa a Antinao i este teniendo noticia de mi pronta llegada, les habia conseguido la libertad, al mismo tiempo,