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por montura, i como riendas un lazo: gracias a un poncho que había cambiado a Quintanahuel por harina, tenia con que cubrirme; lo demas del traje consistia en la camisa i pantalones: en la cabeza seguia sirviéndome de tocado, la elegante bolsa de la guitarra: los víveres eran un poco de harina i una oveja que me habia regalado la cacica en la esperanza de ser retornada jenerosamente a mi vuelta. Las frasadas i los cueros del aparejo de la mula nos iban a servir de cama.

Saliendo de Lali-Cura, asi se llamaba ese lugar, subimos a una meseta de grande estension; estábamos apénas en el medio de la meseta cuando nos alcanzó el viejo Paillacan; tenia muchas ganas de poseer el sombrero que Lenglier habia salvado del naufrajio i venia a hacer una última tentativa para apropiárselo. Le di a entender que mi compañero, teniendo la cabeza enferma, no podia esponerla a los rayos del sol; i para distraer su atencion me saqué una camisa i se la regalé; con esto se retiró medio satisfecho. Atravesada la meseta i bajando a una quebrada, nos hallamos en las orillas de un rio bastante caudaloso, llamado Caleufu, en donde un mes despues hemos vivido algun tiempo i del cual hablaré mas tarde con pormenores. Allí nos alcanzó la hija de Antileghen que habia acompañado a su padre durante tres meses de cacería. Para montar acaballo las indias se fabrican con muchos pellejos i cojines de lana, una especie de trono de forma cilíndrica i bastante elevado; sentadas encima, apénas alcanzan sus piés al pescuezo del caballo. Llevaba ademas un sombrero redondo de paño azul con una semi-esfera de bronce en la cima i en vez de una concavidad para la cabeza, tenia una almohada redonda; todo el aparato sujeto por un fiador de cuentas en la barba i una cinta por detras; una caballada completaba la comitiva.

Atravesamos el rio con el agua hasta el pecho de los caballos, entramos en una quebrada, i encimamos una meseta mucho mas grande que la otra, en donde caminamos como veinte o treinta kilómetros sin encontrar el menor accidente de terreno: teniamos delante un gran pico nevado, que mas tarde supimos era el volcan Lagnin. Llegados a la estremidad de la meseta, bajamos a un valle en donde corría un rio; estensos pastales bordeaban las orillas i en la mas cercana estaban los toldos del cacique Huincahual. El cacique me recibió bien i alojé en su toldo. Antileghen, a quien habia regalado alguna harina no quiso quedarse atras en jenerosidad i me retornó una oveja mui gorda que luego hice matar. Huincahual tenía mas mocetones que Paillacan i muchos entendian el castellano. Aquí encontra-